miércoles, 9 de diciembre de 2015

42. SAN AGUSTIN, UN LUGAR MAGICO.



SAN AGUSTIN, UN LUGAR MAGICO.


En lugares como este, uno se hace parte de la tierra.
 

Desde que comenzamos el viaje hace ya más de seis meses en San Cristóbal de las Casas, escogimos ese lugar porque tiene algo de magia, pero durante todo el trayecto siempre me ha fascinado conocer esos lugares que la gente me recomienda como “lugares mágicos”, San Agustín fue ese lugar en Colombia; llegamos un sábado a las seis de la mañana, después de haber viajado todo el día anterior desde Bogotá,  lo primero que hicimos fue irnos a la plaza central la cual tiene esculturas ancestrales en sus costados y una iglesia de ladrillos al fondo, y allí localizamos el único local abierto, era una panadería donde estaban comenzando a sacar buñuelos colombianos y donde pudimos desayunar algo ligero acompañados de un tinto (café con panela),  mientras comenzaba a calentar el sol y los perros del pueblo comenzaban a llegar a la plaza. 

San Agustín en el departamento de Huila, es un pequeño pueblo rodeado por una naturaleza formidable, donde se dice que hay mayor cantidad de caballos que de automóviles, pero creo que al final de cuentas gana la cantidad de motocicletas. Cuenta con un mercado lleno de personalidad, y justamente atrás se encuentra la bella iglesia de Lourdes con su color blanco con detalles en amarillo y una imponente escultura del rostro de Jesús que pareciera estar en obra negra.  La plaza central es un lugar donde la gente se sienta a escuchar misa los domingos en la mañana y donde en la noche se llena de jóvenes, artesanos, malabaristas y alguno que otro perdido que se sienta a tomarse una cerveza para antes de ir a dormir. La gente del pueblo aunque no todos son muy buenos dando indicaciones, compensan eso con la tranquilidad y la amabilidad que demuestran en su contacto con la gente que los visita; San Agustín en las noches solamente emana ruidos de la naturaleza, los perros ladrando, uno que otro caballo relinchando e incluso algún gallo cantando a deshoras.
 

Para aprovechar el segundo día decidimos ir a conocer el parque arqueológico, caminamos alrededor de una hora por un camino donde uno se va encontrando con señores o niños que afuera de sus casas te van indicando como llegar, las explicaciones nunca fueron muy claras, pero a final de cuentas llegamos a todos los lugares. 
La primera parada fue en el museo donde se exhibían y se explicaba sobre las piezas arqueológicas de la zona, así como fotos de los antropólogos que han trabajado en la zona. Una vez que recorrimos el museo nos adentramos a la zona arqueológica, con un complejo de centros funerarios llamados Mesitas donde, en medio de una naturaleza colmada de verde, se localizaban unas esculturas talladas en piedra de un tamaño bastante considerable, allí platicamos con el guardia del lugar quien nos explicó de algunas similitudes entre las creencias de los antepasados San Agustinos  con algunas culturas de Mesoamérica, por ejemplo la escultura que luego pudimos ver sobre un águila devorando a una serpiente, así como los rasgos de felino que se veían en los ojos y las dentaduras de algunas esculturas. Pero algo que nos sorprendió fue el mirador del alto de Lavapatas y  la fuente ceremonial de Lavapatas; el primero era un mirador en lo alto de un cerro con una vista privilegiada de todo el valle, con unos cuantos árboles y con un conjunto de unas cinco esculturas allí posicionadas, cuando íbamos subiendo Roberta dijo lo que yo estaba pensando, que lugar tan mágico. Luego bajamos y estuvimos en el espacio de Lavapatas que es una caída de agua donde los ancestros colombianos habían esculpido sobre las piedras, en un lugar donde se cree que las mujeres daban a luz, el lugar cuenta con un puente hecho de guadua (especie de bambú)  que me llamó mucho la atención porque yo nunca había visto uno así.  Para concluir la visita fuimos al bosque de las estatuas, donde comenzó a caernos la noche, pero donde habían postrado muchas esculturas en un pequeño pasadizo natural bastante místico.








Al siguiente día tuvimos la oportunidad de conocer algunos otros puntos importantes en la zona como fue el Tablón y la Chaquira, tuvimos que salir por un costado de la plaza y comenzar a caminar por el camino, subidas y bajadas, donde uno se iba encontrando casitas y muchos espectáculos naturales, después de un rato de caminar por fin encontramos sobre el camino el anuncio hacia el Tablón donde llegamos y vimos un conjunto de unas cinco estatuas, pero después de haber visto más de 130 el día anterior, ya no  nos sorprendió tanto,  así que seguimos el camino hacia la Chaquira el cual era una bajada bastante inclinada, donde pasamos por cultivos de café, unos de jitomate donde las matas estaban secas y al fondo un árbol lleno de buitres, de pronto salían gallinas al borde del camino, uno que otro perro que ladraba, o incluso algún caballo pastando.  Por fin llegamos a la Chaquira con una casita de otra época en la entrada, y comenzamos a bajar, en el mirador de la Chaquira se ve el Río Magdalena por ambos lados y se alcanzan a ver algunas cascadas que se forman en lo alto de las montañas verdes, y en la parte de atrás del mirador se encuentran unas enormes piedras volcánicas donde se puede ver algunas pinturas rupestres dándole un toque un poco más mágico al lugar: el solo hecho de pensar que hace muchos siglos algún antepasado nuestro se sentó allí a hacer una pintura viendo ese panorama natural, tiene algo de emocionante.

 

El último día que estuve en San Agustín me tocó hacer el recorrido hacia el Estrecho del Río Magdalena solo, pues mi amiga Roberta ya se había tenido que regresar a Bogotá, pero fue una experiencia bastante enriquecedora el caminar por varias horas yo solo, en medio de la naturaleza hasta llegar a un punto alto desde donde se alcanzaba a ver el cauce del río, seguí caminando todavía un tramo más hasta bajar al punto donde el río más importante de Colombia se reduce a solo un par de metros de ancho, yo aproveche para sentarme en las piedras y observar por varios minutos el paso del agua, un lugar hermoso, donde el agua tiene un tono obscuro  y a su paso entre las rocas marca un tono de blanco que contrasta con el fluir del río.






Después de haber estado unos días en el bonito caos de la capital colombiana, el haber llegado a un pueblo como este fue una experiencia tan tranquila y enriquecedora, un momento para volver a estar en contacto con la tierra y la naturaleza colombiana.

Gracias a la Doctora Roberta por haber sido mi compañera en este maravilloso viaje, y a la señora Blanca y a Jorge por el trato que nos brindaron al hospedarnos en su casa.

Escrito por David Herrera González.

6 de Diciembre de  2015.

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