COLOMBIA, NO TE ACABES NUNCA.
Lo único peligroso de este lugar
es que no te vas a querer ir.
Colombia represento la primera parada en el sur de nuestro continente, el
plan original era estar un mes y medio, pero a final de cuentas las cosas se
dieron tan bien que nos amañamos como
dicen por acá, hubo tantos momentos en
que la emoción hizo que la piel se me pusiera de gallina y otros donde sentía que estaba aprovechando
el tiempo al máximo, al final de cuentas la estancia se prolongó por casi dos
meses y medio, y eso que solo conocí una
pequeña parte del país.
La entrada a Medellín el 5 de Octubre fue algo incierta pues represento una
experiencia diferente, hacía tiempo que no estaba en una ciudad tan grande,
pues en nuestro paso por Centroamérica las proporciones de las ciudades son más
pequeñas, pero Medallo fue un lugar que me sorprendió con su modernidad, con su
estilo, su arte y su historia reciente, un lugar donde los paisas son muy
amables tanto así que un día conocí a un parcero (amigo) que me invito al
estadio para disfrutar de un partido del Deportivo Independiente de Medellín,
también fue bueno que estuvimos en un hostal donde conocí gente de varias
partes del mundo, incluyendo algunos colombianos. El siguiente punto que conocí
fue Guatapé un pequeño pueblo colombiano
lleno de color y de arte que me hizo pensar que los pueblos coloridos en mi
natal México, se quedaban cortos; y que además contaba con una vista hermosa de
la represa con unos tonos increíbles en el azul del agua y unas infinitas
montañas, cuando estaba sentados
admirando esa imagen sentí una paz increíble.
El siguiente punto a conocer fue el eje cafetero, primero estuve en
Manizales donde nos recibieron unos días en una zona por el centro de la ciudad
donde pude conocer la bonita catedral y
la plaza central con una escultura impactante del Cóndor de Bolívar;
posteriormente tuvimos la increíble oportunidad de conocer la finca de los
Vandenenden un lugar que debe ser muy semejante al paraíso, donde yo me quedaba
viendo el horizonte y con eso era feliz, no necesitaba más, un lugar donde la
alberca, el jacuzzi, y en especial la compañía, las historias, las pláticas y
las risas combinadas con el ron y las cervezas eran demasiado, pero demasiado
de lo bueno. Para continuar la ruta cafetera fuimos a conocer Armenia, de allí
a conocer el valle del Cocóra, donde el
paisaje era hermoso con unas palmeras gigantes de más de 60 metros de altura, donde
después de una larga caminata en la naturaleza pudimos disfrutar de una muy
amena tarde noche en el distintivo pueblo de Salento.
El siguiente capítulo colombiano represento llegar a la capital Bogotá,
que fue para mí una experiencia única,
tal vez ha sido la mayor cantidad de tiempo que yo paso en una ciudad
tan grande. Desde nuestra llegada fuimos recibidos en un ambiente que a mí me
recordaba mis años de estudiante en la universidad, con gente joven de varios
lados del mundo, desde colombianos hasta europeos. Allí conocí el antiguo
barrio de la Candelaria que está lleno de museos y de historias, el cual paso a
ser parte fundamental de mi ruta en la capital, también tuve la oportunidad de
conocer la Universidad Nacional con toda la personalidad que la caracteriza,
algunos barrios no muy turísticos pero por demás interesantes donde el parecido
con México me resultaba increíble; en todos los lados que visite pude conocer
parques y plazas de todos los estilos, y finalmente la naturaleza que rodea una
urbe como esta con su bosque inmenso en el mirador de la Caldera y con el Santuario de Monserrate, donde la
vista de la ciudad por un lado contrasta de manera impresionante con la vista
de la naturaleza por el otro. Mientras estuve en Bogotá se presentó la
oportunidad de ir muy bien acompañado a
conocer un par de pueblos cercanos a la capital, uno de ellos fue Suesca con
sus hermosas paredes naturales, donde la gente va a escalar y donde los cerros
tienen una especie de musgo o heno que pareciera formar barbas en los cerros;
el otro pueblo fue el famoso Villa de Leyva con su enorme plaza empedrada y
donde pudimos hacer una bella caminata en la naturaleza hasta llegar a sus
pozos azules.
El 18 de diciembre en la frontera de Rumichaca con Ecuador, cuando iba
cruzando el puente y observando el río cobijado por esas enormes montañas
verdes, mis ojos se llenaron de nostalgia, de una nostalgia pura al dejar de
lado un cumulo de experiencias que nunca voy a olvidar, aunque esa nostalgia se
combinó con un sentimiento de emoción al
pensar que estaba entrando a un nuevo mundo llamado Ecuador.
Gracias Colombia, y en especial gracias a todas la gente, colombianos y
no colombianos que nos brindaron su hospitalidad y nos hicieron sentir como en
casa. Algún día he de volver a tomarme un café; comerme unas arepas, un
sancocho o unas empanadas; y a pegarme una rumba con ron o aguardiente.
Gracias a la gente que hizo esta
experiencia tan rica:
En Medellín, Kevin, Whitney, el
parcero Julian, Hector, Hector del DIM, Mauricio, Marcelo y Vivi.
En Manizales, Andrés, Jaime y
Rocío, Piola, Lily, los Malagor, Mauro y Edward, John, Claudia Velez, Claudia
Castañeda.
En Armenia, Martha.
En Salento, Felipe, Andrés.
En Bogotá, Roberta, Mafer, Jair,
Louise, Iso, Nathaly, Sebas, Ale, Yohana, La Flechas, el rencuentro con el
viejo David, Fabián, Rodrigo, el rencuentro con Sandra y Andrea.
En San Agustin, Roberta, Blanca y
Jorge, David.
En Popayan, los Patafunks, los Marionetas
Nomades, Juan, Don Jose, Shirley, Fredy
, Paty, Danna, Gabo y sus amigos.
En Ipeales, los parceros Wilman y
Esteven, Andres y Alicia.
Escrito por David Herrera González.
23 de Diciembre de 2015.




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