domingo, 27 de diciembre de 2015

43. COLOMBIA, NO TE ACABES NUNCA.



COLOMBIA, NO TE ACABES NUNCA.


Lo único peligroso de este lugar es que no te vas a querer ir.


Colombia represento la primera parada en el sur de nuestro continente, el plan original era estar un mes y medio, pero a final de cuentas las cosas se dieron  tan bien que nos amañamos como dicen por acá,  hubo tantos momentos en que la emoción hizo que la piel se me pusiera de gallina  y otros donde sentía que estaba aprovechando el tiempo al máximo, al final de cuentas la estancia se prolongó por casi dos meses y medio,  y eso que solo conocí una pequeña parte del país.

La entrada a Medellín el 5 de Octubre fue algo incierta pues represento una experiencia diferente, hacía tiempo que no estaba en una ciudad tan grande, pues en nuestro paso por Centroamérica las proporciones de las ciudades son más pequeñas, pero Medallo fue un lugar que me sorprendió con su modernidad, con su estilo, su arte y su historia reciente, un lugar donde los paisas son muy amables tanto así que un día conocí a un parcero (amigo) que me invito al estadio para disfrutar de un partido del Deportivo Independiente de Medellín, también fue bueno que estuvimos en un hostal donde conocí gente de varias partes del mundo, incluyendo algunos colombianos. El siguiente punto que conocí fue  Guatapé un pequeño pueblo colombiano lleno de color y de arte que me hizo pensar que los pueblos coloridos en mi natal México, se quedaban cortos; y que además contaba con una vista hermosa de la represa con unos tonos increíbles en el azul del agua y unas infinitas montañas,  cuando estaba sentados admirando esa imagen sentí una paz increíble. 

 

El siguiente punto a conocer fue el eje cafetero, primero estuve en Manizales donde nos recibieron unos días en una zona por el centro de la ciudad  donde pude conocer la bonita catedral y la plaza central con una escultura impactante del Cóndor de Bolívar; posteriormente tuvimos la increíble oportunidad de conocer la finca de los Vandenenden un lugar que debe ser muy semejante al paraíso, donde yo me quedaba viendo el horizonte y con eso era feliz, no necesitaba más, un lugar donde la alberca, el jacuzzi, y en especial la compañía, las historias, las pláticas y las risas combinadas con el ron y las cervezas eran demasiado, pero demasiado de lo bueno. Para continuar la ruta cafetera fuimos a conocer Armenia, de allí a  conocer el valle del Cocóra, donde el paisaje era hermoso con unas palmeras gigantes de más de 60 metros de altura, donde después de una larga caminata en la naturaleza pudimos disfrutar de una muy amena tarde noche en el distintivo pueblo de Salento.









El siguiente capítulo colombiano represento llegar a la capital Bogotá, que fue para mí una experiencia única,  tal vez ha sido la mayor cantidad de tiempo que yo paso en una ciudad tan grande. Desde nuestra llegada fuimos recibidos en un ambiente que a mí me recordaba mis años de estudiante en la universidad, con gente joven de varios lados del mundo, desde colombianos hasta europeos. Allí conocí el antiguo barrio de la Candelaria que está lleno de museos y de historias, el cual paso a ser parte fundamental de mi ruta en la capital, también tuve la oportunidad de conocer la Universidad Nacional con toda la personalidad que la caracteriza, algunos barrios no muy turísticos pero por demás interesantes donde el parecido con México me resultaba increíble; en todos los lados que visite pude conocer parques y plazas de todos los estilos, y finalmente la naturaleza que rodea una urbe como esta con su bosque inmenso en el mirador de la Caldera  y con el Santuario de Monserrate, donde la vista de la ciudad por un lado contrasta de manera impresionante con la vista de la naturaleza por el otro. Mientras estuve en Bogotá se presentó la oportunidad de  ir muy bien acompañado a conocer un par de pueblos cercanos a la capital, uno de ellos fue Suesca con sus hermosas paredes naturales, donde la gente va a escalar y donde los cerros tienen una especie de musgo o heno que pareciera formar barbas en los cerros; el otro pueblo fue el famoso Villa de Leyva con su enorme plaza empedrada y donde pudimos hacer una bella caminata en la naturaleza hasta llegar a sus pozos azules.
 
La última parte del viaje en Colombia fue ya encaminado a salir hacia Ecuador,  en ese sur colombiano tan étnico y tan puro. Mi primera parada fue en San Agustín un lugar tan lleno de energía, donde la majestuosa naturaleza se combina con las zonas arqueológicas; me impactaron las esculturas ancestrales, así como el mirador de la Chaquira desde donde se veían varias cascadas y el largo recorrido del río Magdalena, también el estrecho del río donde dicho afluente de agua, el más importante de Colombia, da una vuelta en su recorrido en un espacio de un par de metros de anchura. Posteriormente la ruta me llevo a Popayán (la ciudad blanca) donde el plan era conocerlo en un día para luego seguir adelante pero donde nos terminamos quedando por quince días, su estilo colonial combinado con la amabilidad de su gente y el movimiento cultural fomentado por otros viajeros, nos terminó atrapando. Finalmente el último punto en el mapa colombiano fue la ciudad de Ipeales que de primera impresión parecía una ciudad fronteriza con todo lo obscuro que caracteriza a ese tipo de ciudades, pero que el segundo día cuando pude ir a conocer el Santuario de las Lajas cambió mi perspectiva de una grata manera. Para llegar a la Iglesia de la Virgen de las Lajas tienes que tomar un camino donde la naturaleza es asombrosa con una gran cantidad de matices de ese color verde, que yo sigo definiendo como verde colombiano, con llamas recostadas al lado del camino, y con un pueblo por demás mágico antes de llegar al Santuario. La iglesia de las Lajas está construida en un desfiladero, una mega construcción de estilo gótico que te hace pensar que estas en Europa, pero que no termina en eso, sino que la naturaleza que la rodea es perfecta, con un río pasando por debajo de la iglesia y con una enorme cascada en el fondo de la postal.  Para cuando regresamos a Ipeales conocimos otra parte del pueblo mucho más colorida, con ese estilo mágico que todos los pueblos colombianos tienen, allí en compañía de unos amigos colombianos pudimos degustar del platillo más extraño que comimos en Colombia el “Cuy” (cabe mencionar que la comida colombiana nos trató muy bien, aunque en lo personal un poco más de picante  le vendría bien), finalmente la última noche en Colombia todavía fuimos afortunados al ser invitados a comer unos burritos mexicanos por una linda pareja colombiana.




El 18 de diciembre en la frontera de Rumichaca con Ecuador, cuando iba cruzando el puente y observando el río cobijado por esas enormes montañas verdes, mis ojos se llenaron de nostalgia, de una nostalgia pura al dejar de lado un cumulo de experiencias que nunca voy a olvidar, aunque esa nostalgia se combinó con un sentimiento de emoción  al pensar que estaba entrando a un nuevo mundo llamado Ecuador.
Gracias Colombia, y en especial gracias a todas la gente, colombianos y no colombianos que nos brindaron su hospitalidad y nos hicieron sentir como en casa. Algún día he de volver a tomarme un café; comerme unas arepas, un sancocho o unas empanadas; y a pegarme una rumba con ron o aguardiente.

Gracias a la gente que hizo esta experiencia tan rica:
En Medellín, Kevin, Whitney, el parcero Julian, Hector, Hector del DIM,  Mauricio, Marcelo y Vivi.
En Manizales, Andrés, Jaime y Rocío, Piola, Lily, los Malagor, Mauro y Edward, John, Claudia Velez, Claudia Castañeda.
En Armenia, Martha.
En Salento, Felipe, Andrés.
En Bogotá, Roberta, Mafer, Jair, Louise, Iso, Nathaly, Sebas, Ale, Yohana, La Flechas, el rencuentro con el viejo David, Fabián, Rodrigo, el rencuentro con Sandra y Andrea.
En San Agustin, Roberta, Blanca y Jorge, David.
En Popayan, los Patafunks, los Marionetas Nomades, Juan, Don Jose,  Shirley, Fredy , Paty, Danna, Gabo y sus amigos.
En Ipeales, los parceros Wilman y Esteven, Andres y Alicia.

Escrito por David Herrera González.

23 de Diciembre de  2015.


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