DESDE LAS CALLES DE GUATAPÉ.
Un buen lugar para recargar energías para el viaje.
Qué lugar tan más colorido,
incluso creo que más que mi México, aquí para donde voltees vas a encontrar
múltiples combinaciones de colores. Aquí
hay algo que se llama zócalos, que son “una manifestación ancestral y única en
Guatapé plasmada en fachadas y pies de pared, son figuras talladas por artistas
y artesanos o pintadas a pincel. Elemento de identidad es el zócalo que cuenta
una historia individual, de una familia, un pasado o un valor de la comunidad
de este acogedor conglomerado. Guatapé, pueblo de zócalos” así lo explicaba una
escultura en la plaza principal.
Por la noche cuando salgo a
escribir un poco, recuerdo ese viejo y conocido refrán que dice: qué bonito es
llover y no mojarse; nuestra habitación
está a una cuadra de la plaza principal y desde afuera se escucha el ruido de
la música de la fiesta del pueblo, así como se escucha en todos los pueblos,
así que me siento a escribir en el escalón, saludo a varias personas que
tranquilamente deambulan por la noche, veo a la guapa colombiana que se cepilla
los dientes desde su balcón; por las calles empedradas circulan las motochivas
(transporte público en moto también llamado tuk tuk en algunos países de
Centroamérica) y autos viejos, incluso de pronto se aparece un coche como el de
Mr. Bean pintado de café muy bien
arreglado, que tranquilamente se toma la calle en reversa para regresar a una
casa a recoger a alguien.
...Hoy fue un día muy bien
aprovechado, salimos de Medellín a las diez y a las doce ya estábamos en
Guatapé, un pueblo que nos habían recomendado mucho y que desde la llegada
alcanzamos a ver lo majestuoso de la naturaleza en este lugar, unos colores del
agua en la represa que son impresionantes, semejantes a los de las Lagunas en
Montebello en Chiapas. Luego de establecernos, salimos a buscar algo de comer,
pasamos por la plaza del pueblo, entramos a la iglesia blanca con detalles en
rojo, que se asemejaba a un par de templos de San Cristóbal, y notamos que
hasta la iglesia tenía un zócalo por cada uno de los cuatro evangelistas; por
dentro la iglesia era muy bonita llena de madera; y mientras buscábamos donde
comer comenzamos a tomar foto tras foto, cada casa, cada parque, cada iglesia,
cada edificio tenían el colorido y el estilo digno de ser capturados por el
lente.
Para cuando salimos a caminar a
la orilla de la represa ya habíamos tomado decenas de fotos, y allí nos
encontramos con vacas y caballos pastando, así como estatuas sobre el
malecón. Pero entre todo, creo que la
parte del día que más disfrute fue subir a La Piedra, primero preguntamos a una
motochiva pero nos cobraba diez mil pesos colombianos (casi lo que habíamos
pagado desde Medellín) así que mejor comenzamos a caminar, subimos a un cerro
con una virgen en lo alto, bajamos y llegamos a un puente peatonal colgante hecho de madera, pero al ver que
todavía faltaba mucho decidimos regresar, pensando en ir al siguiente día,
justo cuando íbamos de regreso paso un bus y se frenó, iba para La Piedra y por
solo dos mil pesos por persona nos llevó hasta la entrada a la Piedra. El bus
nos dejó en el camino y comenzamos a
caminar cuesta arriba desde donde ya se veía una parte de la represa, después
al pasar una curva ya se alcanzaba a ver la inmensa piedra. En lo alto de la
piedra hay un mirador que se hace llamar “el mejor mirador del mundo”, pero
desde antes de subir las escaleras ya la vista es maravillosa, con una
naturaleza infinita llena de pequeñas montañas y unos colores en el agua
maravillosos, esta represa artificial de Guatapé fue hecha por el hombre pero
la naturaleza se re acomodó de una manera muy hermosa. Allí estuvimos un buen rato en silencio
observando el bello panorama y luego bajamos de nueva cuenta rumbo al camino
que lleva a Guatapé, allí tomamos una motochiva que nos cobró dos mil pesos
colombianos por persona y regresamos al pueblo. Por la noche salimos a caminar
y nos encontramos con el callejón de los recuerdos, un callejón donde los
zócalos son impresionantes y donde los edificios tienen un colorido
formidable...
El plan original era pasar
solamente una noche, pero decidimos quedarnos una segunda. Así que el segundo
día al mediodía decidimos salir a caminar y
sentarnos en unas piedras junto al río, simplemente observando los
majestuosos espectáculos que la naturaleza nos regalaba, desde familias de
patos cruzando a la orilla, aves volando, caballos que tranquilamente pastaban,
formas en las nubes, el correr del agua, entre muchos otros espectáculos dignos
para fungir como alimento para el alma.
La segunda noche solamente salimos a
dar unos pasos por la plaza del pueblo y terminamos recorriendo otra zona de coloridas calles.
Guatapé fue como ir de vacaciones
dentro de nuestras vacaciones, una experiencia muy colorida y tan llena de
magia, que por unos momentos me hizo pensar que de alguna u otra manera la idea
que tenía de ese Macondo que aparecía en Cien Años de Soledad de Gabriel García
Marques era mucho menos colorida de lo que un pueblo en Colombia puede llegar a
ser.
Escrito por David
Herrera
19 de Octubre de 2015.





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